Artículo de opinión, mario Martínez, Presidente de Cámara Orihuela
Basta con abrir los ojos. Con caminar por nuestras calles, con detenerse ante un edificio histórico apuntalado o mirar cómo el comercio tradicional lucha por subsistir entre la incertidumbre y la falta de apoyo. Orihuela, nuestra Orihuela, se muere lentamente. Y lo más preocupante no es sólo el deterioro visible de sus estructuras o la falta de inversiones concretas, sino la sensación generalizada de que no hay rumbo, de que nadie está al mando de un proyecto claro para la ciudad.
Lo digo desde el cariño, pero también desde la preocupación: Orihuela ha entrado en un estado de coma institucional, social y económico del que sólo puede salir si sus ciudadanos, todos y cada uno de nosotros, asumimos que el momento de actuar es ahora. Porque no se trata de un titular dramático ni de una exageración retórica: hace ya décadas que arrastramos un proceso de decadencia. La ciudad que fue referente territorial, educativo, patrimonial, cultural y comercial, ha visto cómo, año tras año, se le arrebataban sus funciones, su representatividad y su capacidad de liderar el desarrollo comarcal.
Perdimos universidades. Perdimos conexiones. No supimos (o no quisimos) planificar un tejido industrial con capacidad de competir. Y lo que es más doloroso: seguimos sin activar de verdad el enorme potencial de nuestro patrimonio, ese que podría haber convertido a Orihuela en un motor de turismo monumental y religioso. Muchas ciudades con una historia y un legado menor que el nuestro han entendido que la mejor manera de proteger lo propio es invertir en su conservación, abrirlo al mundo y convertirlo en una fuente de actividad y riqueza. Nosotros seguimos esperando.
La ausencia de un verdadero plan de ciudad ha sido el mayor de nuestros errores. Mientras otros municipios han sabido adaptarse a los cambios, aquí hemos continuado repitiendo errores de gestión, soportando una estructura administrativa ineficaz que consume buena parte de los recursos disponibles sin generar el retorno que la ciudadanía espera. El reciente presupuesto aprobado es un reflejo de esta situación: hinchado, poco transparente y sostenido por un préstamo del que todavía no se ha dispuesto pero que ya cuesta dinero a diario a las arcas públicas.
Y mientras tanto, nuestra mayor fuente de ingresos y actividad, Orihuela Costa, se ve cada vez más desconectada de la ciudad, desatendida y con la amenaza real de que termine rompiendo definitivamente los lazos que nos unen. Sería el golpe definitivo. Si perdemos Orihuela Costa, perderemos la viabilidad financiera y funcional de un ayuntamiento que, por sí solo, no puede sostenerse.
Desde la Cámara de Comercio no podemos quedarnos callados. Nuestra obligación es señalar lo que no funciona y tender la mano para construir soluciones. Porque Orihuela necesita algo más que parches: necesita liderazgo, visión estratégica y voluntad de cambio. Necesita una hoja de ruta consensuada, que marque prioridades reales, que contemple la rehabilitación integral del casco histórico, la dinamización de la actividad empresarial, la modernización de la administración y el desarrollo de un modelo turístico y económico propio.
Orihuela no puede vivir solo de su pasado. Pero tampoco puede resignarse al presente. Tenemos que construir un futuro posible. Porque quien quiere verlo, lo ve. Y quien quiere cambiarlo, debe actuar ya. Basta con abrir los ojos.